Llevaba seis días solo en la finca sin hablar con nadie. Abrí los ojos a las nueve y media de la mañana y me sentí en presencia de un extraño. Me incorporé y descubrí que tenía un aliento amargo. Me lavé los dientes hasta que la espuma ya no me cabía en la boca y me senté en el comedor dispuesto a tomarme un café caliente y a entablar una conversación conmigo mismo. Un pequeño inconveniente me abarcó cuando me disponía a iniciar la conversación: No sabía si tutearme o tratarme de usted. Resolví este inconveniente convencido de que siendo YO MISMO un tipo de confianza para mí mismo, me podía tutear.
- Cuando nos tomemos el café, nos bañamos.
- Me da pereza... De todas formas nadie nos va a ver hoy.
- Pero bañarse es un asunto de dignidad, de amor propio.
- Ahh, está bien, nos tomamos el café y nos bañamos.
Caminamos descalzos hasta la habitación, nos quitamos la camisa y cuando ya me disponía a entrar en la ducha, yo mismo me interrumpió:
- ¡Hagamos flexiones de pecho! ¡Hagamos cincuenta!
- No, no, no quiero.
- Dale, dale, necesitas verte como un gladiador. ¡Adelante!
Y ahí estaba yo inclinado sobre el piso sin barrer haciendo flexiones de pecho. Yo mismo me animaba a cada segundo:
- ¡No seas flojo! ¡Duro! ¡Como un recluta!
- Ya llevo sesenta.
- ¡Vamos por cien!YO MISMO me fastidiaba a veces, quería hacerlo todo; quería siempre darse prisa con las actividades más hostigantes. A mí mismo no me gusta la arrogancia y el ímpetu de mí mismo, no me gustaba...Nos bañamos y nos vestimos con la camisa blanca y el pantalón azul claro. Nos dejamos el pelo mojado y desayunamos juntos.
- ¡Está deliciosa la piña!
- No seas tonto, no tienes que fingir ni presumir ante nadie, recuerda que estamos solos... ¡La piña está muy ácida! Dije yo mismo.
Estuvimos gran parte de la mañana en silencio y después de almorzar me dispuse a regar las matas del pequeño jardín frente a la casa.
- Regar las matas es cosa de mujeres.
- ¡Pero ya dijiste en la mañana que nadie nos está viendo!
- Bueno, sí... es verdad.
-¿Por qué no vamos a la tienda por unas cervezas? sugerí YO MISMO emocionado. Está solo a tres kilómetros de aquí.
- No, no... No soporto estar frente a la cabeza de marrano del tipo de la tienda. No me gusta como me miran los tipos en la entrada. Me observan aterrados como si se encontraran frente a una criatura de otro planeta.
- Ahh, no seas complicado, serán tan sólo dos segundos y tendremos nuestras cervezas. En treinta minutos estaremos de vuelta.
- No. Si quieres puedes ir. Yo te esperaré aquí.
- Bahh... entonces mejor fumemos un cigarrillo.
- Está bien.
Me sorprendí al encontrarme a mí mismo como mi principal contradictor. Me recosté toda la tarde en el prado, mientras YO MISMO me vigilaba y me instaba a moverme, a fijarme un objetivo.
- Mañana tenemos que afeitarnos. Nos suda mucho la cara cuando no lo hacemos.
- Sí, ya lo sé.
- Y tenemos que visitar al odontólogo, debemos tener las muelas repletas de caries.
- Ajá.
- Ya tengo sueño, vayamos a dormir.
- Está bien.
Nos acostamos los dos mirando el cieloraso.
- ¿Ya estás dormido?
- No.
- Tengo que confesarte algo.
- Ahh, no andes con rodeos; estás hablando contigo mismo.
- Creo que me estoy enamorando de tí.
- Estás confundiendo las cosas.
- No, no. Con nadie me siento tan bien como contigo.
- A mí me sucede lo mismo.
- ¿Desayunamos juntos mañana?
- Está bien. Hasta mañana.
-Hasta mañana.
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