Friday, February 27, 2009

Juicio de Guerra

A las cuatro se debía llevar a cabo la ejecución. Sin embargo, el tribunal decidió citarme en audiencia pública, exponiéndome como la justificación perfecta para escucharse a sí mismos y ratificar sus acusaciones. Cuatro oficiales bobalicones me conducían desde mi celda apestosa hasta el tribunal. Era aquél, mi cuarto año de convivencia con el vaho fétido de mis propias inmundicias que con sus diferentes tonalidades de ocre invadían los tres metros cuadrados que se habían convertido en mi mundo.

- Se le imputan a usted los cargos de traición a la patria y sedición. ¿Cómo se declara?
- Culpable.

Sabía que de todos modos me ejecutarían. Todos teníamos claro nuestro papel en el sainete.

- ¿Es usted consciente de la vergüenza que representa para nuestra patria, para el orgullo de una nación grande y progresista? Sus convicciones flojas se han constituido en el pilar de las burlas que se prodigan a nuestro glorioso régimen.¡La volatilidad de sus principios es impropia de alguien que se llame a sí mismo ciudadano de un estado soberano como el nuestro!

Un pequeño silencio antecedió la pregunta que había esperado por años.

-¿Tiene algo que decir a su favor?
-Sí. Se me acusa de ...
- ¡Cinco minutos!
- No hay nada importante que requiera más de cinco minutos para ser expresado.
- Eso está fuera de la discusión. Continúe usted.
-Se me acusa de no abrazar una causa que no me pertenece. Se me acusa de pensar hoy algo diferente de lo que pensé ayer. Ustedes glorifican la consagración del carácter a la unificación de los principios. Es más fácil para ustedes dirigir hombrecillos uniformes que jamás cambien de parecer, pero... ¿En qué consiste la virtud de una mente estática? ¿Es acaso loable descartar todas las aristas del saber para entregarse como un monje a una sola de ellas?¿Es más virtuoso un hombre que piensa siempre en el mismo sentido, que siempre tiene definida una posición, que uno que duda, que uno que cambia de parecer?

- Está usted alejado del punto central de la discusión. ¡Usted no reconoce ninguna noción de autoridad!
- En eso tiene usted toda la razón. Carecería completamente de inteligencia si reconociera su autoridad o la de cualquier hombre sobre mí. Por el sólo hecho de haber nacido, se me ha hecho suscribir un contrato social que más parece uno de adhesión lleno de letras menudas. Yo no soy parte de SU SOCIEDAD y me rehúso a serlo si por ello tuviera que sacrificar lo que me queda de individuo y asimilarme a todos aquellos borregos que tenemos hoy como auditorio. No es que no reconozca su gobierno, es que ustedes no tienen sobre mí ningún gobierno porque esta vida es para mí un escenario de ficciones y ustedes son simples soldaditos de plomo.

- Su irreverencia es fastidiosa señor. - Y recalcó con un grito la última sílaba de la última palabra-
- Que me ejecuten me da igual. El mundo sólo existe en función del pensamiento. Cuando muera dejaré de pensar y el mundo para mí ya no existirá más.

Esta idea me hizo esbozar una sonrisa. La ausencia completa de dolor, la ausencia completa de existencia... ¿Qué podría ser más placentero? Quería que me fusilaran cuanto antes.

Me empujaron violentamente contra el paredón. Un oficial bajo y corpulento escupió sobre mí. Con los ojos vendados esperaba el estertor de la ráfaga. Treinta segundos después sentí las convulsiones de mi cuerpo al contacto del primer balazo.

Tres horas más tarde comprobé con terror que la inexistencia no existe.

Hace veintiseis años que estoy muerto.

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