Iba a escribir un cuento y no sabía como comenzar, entonces comenzó a describir lo que veía a su alrededor, vio una flor, pero antes de verla se la imaginó.
Era roja y muy redonda, caricaturesca de pétalo grande y corazón amarillo, estaba cabizbaja y sontenida por un tallo largo y delgado, dos hojas como brazos se extendían con la misma compungida expresión que su cabeza.
No estaba contento con lo que quería ver y se había imaginado, se inclinó por algo más real y describió la silla en que se sentaba; reclinable, madera lacada desgastada, una leve inclinación y la silla cambiaba las tres patas en que se sostenía.
Cuando se paró vio como el espaldar se relajaba... no, es más, se aburría, se deprimía, quería el espaldar sentarse en su propio cuerpo. Era la flor.
Tampoco estaba contento aún con la forma en que comenzaba el cuento, precisamente era eso, no había forma, la flor no era real pero tampoco la silla y eran lo mismo.
Pensó: "acaso hay algo que contar" o solo hay que hablar por hablar, hay un cuento? hay una historia que se quiere hacer contar, pero es esquiva, se esconde tras las flores, tras los muebles, tras una silla.
No hay comienzo, no hay final.
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